Érase una vez un pequeño caballo de cristal, que descansaba sobre un router, en la sala de servidores. Pequeño, transparente y calmado, el caballito habia estado ahi casi 9 años, desde que la pequeña Julia lo dejó, sin remordimiento y sin acordarse, después de visitar a su padre.
Esa misma tarde decidieron dar de baja al router. Cuando entramos a la sala, Robles y yo fijamos nuestras miradas sobre Caballito. El caballito tenia la mirada fija de siempre, solo que en ese momento parecía que supiera el destino que le aguardaba, ser desterrado de su última y larga morada. “- Que hacemos con el juguete?”, me preguntó Robles. El tiempo dejó de existir por algunos minutos, y fue acompañado del silencio de los pensamientos. “- Que te parece? Lo hizo mi madre como regalo de navidad para mi hijita”, dijo Julca hace 9 años como si fuera ayer, con los ojos brillantes, cuando sacó de su bolsillo aquella representación cristalina de un noble animal. “No puedo esperar a Navidad para dárselo!”, nos dijo a todos. Debajo de la tenue capa de polvo, el caballito emanaba aun el brillo de las manos que lo hicieron, aunque maltratadas por los años, pero rebosante de amor. Robles sacudió su cabeza, como pensando: “es solo un juguete”, y empezó a desconectar al router. Yo estaba aun fuera del tiempo. Cogí al caballito, frio por los vientos polares que recorren la habitación, y lo limpié con mis dedos. Pensé en su lúgubre destino, asi que preferí convertirlo en mi compañia de Noche Buena, echándomelo en el bolsillo.
Yo no conocia a la pequeña Julia, sino hasta esa tarde de diciembre, 9 años atrás. Tenia los cabellos castaños y largos hasta la cintura, y era gordita, con la cara ovalada, al igual que su padre. Pero su semejanza acababa ahi. “No me lo podía creer, aquel helado de chocolate sabia a puaj!!! Deberian de despedir a ese serrano”, le comentaba a su madre mientra entraban de sorpresa a la sala de servidores. “Ella es mi hija, Julia”, me dijo Julca, rojo como un tomate. La niñita ya habia aprendido a hacer gestos despectivos con su rostro. “Hijita, hoy es Noche Buena, y no hay que sentir desprecio por las personas”, comentó Julca a su hija un poco en voz baja, mientras que su esposa salía tal y como entró a la sala.
El router ya estaba en su caja, y las luces de la sala de servidores ya estaban apagadas. La gente ya se estaba despidiendo con los tradicionales abrazos navideños. Yo debí de participar en los abrazos. No lo recuerdo. La tarde estaba rojiza, y salvo mis compañeros de trabajo, la calle estaba desierta. Hacía un viento inusual, y algunas luces navideñas habian empezado ya su danza nocturna. Yo estaba parado solo, sobre la acera, viendo el trayecto que por casi una década habia recorrido para Navidad. No queria llegar a mi habitacion, no estaba con humor para encarar a la soledad, pero no habia otro rumbo que seguir. Me dispuse a empezar mi trayecto, cuando sentí en mi bolsillo al caballito. Lo volví a contemplar. El caballito brillaba con un fulgor ocre, aún con sus ojos grandes y esféricos, como si estuviera pensando en su nuevo destino.”Mira esto, Julita, es el regalo de navidad de tu abuela!”. Julca estaba muy emocionado con la entrega. Se podia decir que el era un niño más en ese momento, y no aguantó la navidad para entregárselo. “- Ah… que bonito…. Papi, ¿ya me compraste la casa de la Barbie que te pedí?” La mirada de aquella niña hizo mas fria la habitación. Julca, tartamudeando un poco, respondió: “- Pero, hijita, tu abuela lo ha hecho con mucho cariño para tí, no te gusta?”. “- Hace frio, papi, vámonos ya”, dijo Julia. Julca se enderezó, y con la cabeza cabizbaja y una sonrisa algo forzada, se despidió de nosotros con un “feliz navidad”.
Ya empezaba a oscurecer en aquella calle fuera de mi centro de trabajo. Algunos familiares llegaban a las casas, al otro lado de la acera. Cogí en mi mano el caballito, me acomodé la casaca, y me dispuse a ir al centro de la ciudad. Por doquier habia gente moviendose, de aqui para allá, unos buscando un regalo apresurado, otros buscando el sagrado alimento de la navidad. Los comerciantes anunciaban sus productos como la creatividad les sugeria, en medio de todo el bullicio de Noche Buena. Al ver el tumulto, pensé que muchas de esas personas se sienten obligadas a realizar dichos menesteres. Pensé que son muy pocas las personas que hacen las cosas por que de verdad tiene el deseo y la motivación de hacerlos. Pensé que son muy pocas las personas, como Julca, que hacen y soportan todo, por amor. Como Julca no he conocido otra persona: risueño, siempre tenia una sonrisa dibujada en el rostro. Aún en el funeral de su madre, hace unos 6 años atrás, él le contaba cuentos y chistes, al lado de su ataud, como si solo estuviese a punto de dormir. Como Julca, ya no queda personas en este mundo, personas sin prejuicios que hacen las cosas por que les gusta hacerlas, por que estan enamoradas de la vida. Julca fué un compañero de trabajo excepcional, y un padre formidable. “Sonrie aunque te asfixien!”, nos decia siempre. Y siempre tuvo su sonrisa en el rostro, hasta el final de sus días. El día de su funeral, hace ya dos años, hubiese querido decir a la joven Julia que no llorase por su padre, por que a él no le hubiese gustado verla así. Hubiese querido decirle cuan feliz estaba él por el caballito de cristal que le iba a regalar a su hijita, y que ella despreció. Hubiese querido decirle que ella no se merecia nada de eso. Creo que el dolor me acobardó.
Unos niños se tropezaron conmigo. “Disculpe señor”, me dijeron todos casi al únisono, y con una amplia sonrisa en sus rostros. Yo también les sonreí. Me percaté que los niños llevan abundante amor en sus corazones, y son capaces de transmitirlo con una simple sonrisa. Las personas como los niños, o como Julca, tienen la habilidad de hacer trascender su amor, aun mas allá de los límites de los humanos. Julita ahora está en la universidad, fuera del país, y su madre me comentó que ella cambió bastante despues de fallcer su padre. El amor de Julca trascendió las barreras de la muerte.
Ya era tarde, decidí regresar a mi habitación. Despues de recibir varios “feliz navidad” de los vecinos, llegué bastante contento, sin saber aún por qué. Saqué el pequeño panetón que compré, y empecé a preparar un poco de chocolate. Ya faltaba poco para la media noche, y me sentia bastante feliz. Una sonrisa amplia se dibujó en mi rostro, y me tumbé sobre mi cama. El caballito de cristal salió de mi bolsillo. Lo sostuve en mis manos nuevamente. Esta vez parecia alegre. Los ojos le brillaban de colores navideños, dando la sensación que que quiere cabalgar con toda sus fuerzas.
Lo puse sobre mi cama, y muy lentamente, empecé a observarlo. El caballito de cristal queria relinchar de felicidad. Queria salir a trotar por el mundo, sin importar los problemas que haya, por que el caballito tiene amor en su corazón. En esa Noche Buena, todo cambió para mi. Me sentí con el corazón lleno de amor, y al igual que el caballito de cristal, sentí ganas de salir a enfrentarme a la vida, sin importar lo que suceda. Me quedé observandolo, y acariciandolo con mi dedo. El caballito de cristal queria hablarme.
“Si por lo menos alguien quisiera escucharme, yo me sentiria feliz.”, parecia que decia. En eso, las campanas de la iglesia empezaron a sonar, y los chicos afuera gritaban más que nunca, los cohetecillos saltaban sobre la acera, y la gente se saludaba fraternalmente. Yo no pude contenerme. Salí a la puerta, con el caballito de cristal en la mano, y grité. Grité tan fuerte como mis pulmones me lo permitieron. Grité tanto, que estoy seguro que Julca me escuchó, y gritamos al unísono:
“FELIZ NAVIDAD!!!”
(Desde el Wayback Machine)