¿Qué le compro?

“¡¿YA ESTÁN CERRANDO!?” ―Pregunté gritando totalmente aterrado a la chica que atendía, y que estaba bajando la puerta enrollable de su pequeña tienda de cosméticos. “¡No amiguito! ―me contestó con una sonrisa―. Sólo nosotros vamos a cerrar por un rato. Aquí todos trabajan hoy hasta las 11:00 pm, algunos se quedan incluso más tarde”.

Aún no salía del susto. Y todo, por buscar un regalo de navidad para mi esposa, faltando menos de 12 horas para que suenen las campanas. La verdad, me había olvidado. “¿Que me vas a regalar por navidad? Yo ya te compré tu regalo…”, me dijo Laura hace una semana atrás. En ese momento también quedé perplejo, pero no tuve tiempo para escabullirme de la casa sin que ella se enterase, e ir a buscar su regalo. Y hoy recién me acuerdo. Justo hoy, a las 4 de la tarde. Pero en un acto de desesperación para no quedar “en falta” con ella, logré escabullirme para poder conseguir el susodicho regalo.

Hacía calor. Mucho calor. No entiendo como es que hay personas (niños y no tan niños) que aun piensan que un gordo abrigado hasta el cuello es quien traen los regalos. Y encima, en un trineo. Tomando Coca-Cola (muy probablemente, helada). Realmente hacía calor en ese lugar… tuve que convivir con él mientras caminaba, pensando lo que iba a regalarle.

Nunca pensé que comprar un regalo sería tan complejo. Especialmente para una persona que ha vivido conmigo tanto tiempo. Se me olvidó un pequeño detalle: es mujer. Y como toda mujer, tiende a complicarnos la vida aún cuando no están presentes. Y pensando en mujeres y regalos, llegué a la feria navideña “Los Pastores”: Un zona descampada, no tan retirada del centro de la ciudad, que es invadida por docenas de pequeños comerciantes en estas épocas, todos los años.

“Aquí encontraré el regalo perfecto”, pensé ingenuamente mientras me abría paso entre la multitud para llegar a la entrada. Todos se movían rápido, algunos con una cara de desesperación que se me hacía muy familiar.

~ * ~

Cientos de cosas. Miles, quizás. Y de muchas formas y colores. Me sentí como un ratón en el laberinto de Creta. ¿Por dónde empezar? “Muy bien, solo relájate… A ver… ¡Ropa! ¡Si! Una blusa, quizás un cinturón le caerán bien”. A golpes llegué a la única boutique donde había un rostro familiar: “Roxana’s”. “―Hola Chio, buenas tardes. Necesito de tu ayuda: ¿Qué le puedo regalar a Laura por navidad?”. Creo que presioné el botón de “Encendido” y “Rápido” a la vez. “―¡Hola amigo! ¡Muchas cosas! Mira, aquí tengo blusitas muy frescas como para el verano, y le pueden hacer juego con este pantalón alicrado, tengo en colores variados muy de moda, en tonos verdes, fucsia, celestes, pero conociendo a Laura, ella quizás le agrade algo mas formal, quizás este conjunto que…”

Me quedé en blanco. Luego de un par de minutos de intentar escucharla, sólo veía su boca moviéndose, pero el sonido que emitía era como un mascullo, y  seguía borrando mi mente, solidificándome. Entré en pánico. Tenía qué salir de ahí. Entendí por qué esos maniquíes se veían tan reales: quizás fueron otros clientes. “Eh– Ch-chio, disculpa, olvidé mi billetera. Voy, la traigo y regreso, ¿ok?”. Si se despidió, no la llegué a oír.

“―¡Perfume! ¡A las chicas les gustan los perfumes!”. Caminando, encontré la perfumería “Maickol”. Lindo nombre. Un chico con cara de aburrido atendía ahí. “Amigo, buenas tardes. ¿Tendrás algún previo de los perfumes que vendes?” (creo que había estado haciendo muchos “previos” en mi trabajo). El vendedor sacó un estuche donde había más de 50 botellitas de varios colores.

La decepción borro la sonrisa de mi rostro. Olí dos o tres botellitas, pero todas me parecieron del mismo aroma. Intenté preguntarle al vendedor, pero la expresión de su rostro hubiera hecho llorar a un payaso. “―Gracias”, le dije, y me fui. Creo que con una lágrima saliendo de mi ojo.

El corredor donde estaba parado era interminable, y creo que todos los puestos eran de venta de ropa, cada uno resguardado por maniquíes: entre uno y tres y medio de ellos. El sol empezaba a aburrirse, la multitud empezaba a crecer, y en mis manos solo había sudor de desesperación.

~ * ~

Recorrí otros establecimientos más: Librería “Siglo XXI”. Pero conociendo a Laura, me lo recibirá con una sonrisa forzada, y el libro acabaré leyéndolo yo. Aunque habían títulos interesantes. Bazar “Lo que te gusta”. Cientos de juguetes. Había una espada que sonaba cuando la movías, dudo que le guste. Peluquería Unisex “Yoyito”. Sólo pasé de largo, y al ver dentro vi al estilista cuya raza a la que pertenecía no pude determinar.  Juguería “Luchita”. Caminar me había abierto el apetito, y me compré un sándwich con un jugo. En ese instante mi estómago, al igual que todo mi cuerpo, se detuvo: empezaron a prender las luces.

Me paré, y desesperado busqué un reloj. No pude creerlo, ¡eran las 6 y 30! ¡Dos horas y media sin haber hecho nada! Ya tenia que regresar a la casa, si no Laura iba a sospechar. No esperé a recibir el vuelto y empecé a correr, pasando tiendas y tiendas, con los ojos apuntando a los productos, pero sin ver ninguno de ellos. Creo que mi alma se quedó en la juguería, acabando mi merienda. Pero volvió a mi cuando vi a uno de los puestos cerrar sus puertas. Eso fue más efectivo que un cachetada. Sin sentirlo, llegué a la puerta de ingreso de toda la feria, y vi el alumbrado público ya encendido. Y las luces navideñas bailando, y los niños jugando, y la gente caminando más a prisa, y mis esperanzas alejándose de mi.

Entonces acepté mi derrota. Fue mi intención comprarle no cualquier cosa, sino algo que sea digno de ella. Tenía que ser el regalo: Que sea bonito, que le guste, y que le sea útil en alguna forma. Y que sea barato, si no es mucho pedir. Pero mi falta de orden ganó esta vez. Yo sabía que Laura no se quejaría (muy fuerte) por no darle un regalo, pero ella ya tenia mi regalo, y no era justo: tenía que comprarle el suyo.

A mi espalda había una silla de madera. Me senté en ella como si fuera mía, y me puse a ver pasar el tiempo, como esperando que el regalo perfecto me caiga del cielo. Tonto, yo. Los niños seguían corriendo y jugando y tropezándose con todos (casi botan a un señor que pasaba medio distraído). Ellos no se preocupan sobre qué van a regalar, ellos se preocupan si en esa caja debajo del árbol navideño está metida toda una bicicleta, y cosas por el estilo.

La oscuridad ya estaba sobre todos en la feria. Me paré, e ingresé nuevamente (el camino a mi casa estaba en la otra puerta de entrada). Y no se de donde salieron más niños corriendo, que me empujaron y casi tumbé un mostrador. Todo el puesto de una señorita se remeció con mi golpe. Entonces sucedió lo impensable.

Al empujar el mostrador, moví una lámpara que había sobre él, y parte de su luz incidió sobre otro mostrador que había detrás, iluminando una billetera de mujeres. Parecía ser de cuero (obviamente no lo era), color marrón claro, me pareció que tenía varios compartimentos, y al verla todo se silenció: era muy bonita. Y era perfecta: Laura no tenia una (a veces usaba una bolsa pequeña para llevar dinero). Mis ojos brillaron. Y me alegré mas al ver que el precio era bastante justo. Mis manos se movieron solas, y sacaron mi billetera (que ya estaba vieja), a la vez que mi boca se movió sola, y dijo “—¡Me llevo esa billetera!”. Yo aún seguía como en un sueño.

~ * ~

Corrí. Corrí, y seguí corriendo, con el regalo en la mano. Ya era muy tarde. Faltando poco para llegar a mi casa, vi a Laura en la puerta, conversando con una vecina. Detuve mi carrera, y me di cuenta que no había conseguido nada para ocultar el regalo. Inconscientemente busqué en el piso una bolsa, un papel, algo. La vecina se despidió, y no hice mas que guardar la billetera dentro de mi camisa. Caminé apresurado hacia la puerta, Laura me recibió con una sonrisita de sospecha. “—Hola, mi amor. ¿Donde has estado?”. Me acerqué a ella, le di un beso, y mientras avanzaba algo nervioso le dije “—Ah, tuve que regresar al trabajo. Algo de último momento”. Entré a nuestra alcoba, y cerré la puerta. Grité en silencio un “¡SI!”, y abrí una puerta del armario, donde coloqué la cartera dentro de un bolsillo de mi saco. Me pareció escuchar en el fondo una música de videojuego para el fin de nivel.

Di un fuerte respiro. Creo que no había respirado desde que encontré la billetera. Estaba empapado en sudor, fui a darme una ducha. Al salir, Laura me volvió a preguntar sobre mi trabajo, pero la convencí con un par de mentiras verdaderas. O eso pensé.

Ella ya tenía la pequeña cena navideña casi hecha. Ese año decidimos cenar juntos, y después de la media noche, iríamos a visitar a su familia (mi familia vivía lejos). Mientras concluíamos los últimos detalles, conversamos amenamente. Pero llegó un momento en que sólo me quedé contemplándola: Estaba hermosa. Ella se merece todo en esta vida.

De pronto, la billetera me pareció muy poca cosa. Y empecé nuevamente a preocuparme. Mi corazón empezó a golpearme el pecho, pero yo intenté estar calmado. ¿Y si no le gustaba? ¿Y si su regalo es mil veces mas caro y bonito? ¿Y si me hace un gesto seguido de un “gracias” seco? ¿Y si me escondo debajo de la cama hasta que pase la Navidad?

Laura se dio cuenta de mi preocupación. O fui mal actor, o el sudor en mi frente me delató. “—Te olvidaste de comprar mi regalo, ¿no es cierto?”, me preguntó, con un rostro de adivina. “—¡NO! —grité instintivamente— ¿Cómo crees? ¡Claro que tengo tu regalo! Solo espero que te… agrade…”. La voz se me apagó mientras hablaba. “—Bueno, ya es tarde… ¿Qué tal si me lo muestras ahora?”. Su afán por ver el regalo me pareció extraño, pero yo ya estaba rendido. Si no le gustaba, en otra oportunidad intentaré compensarla. Así que fui por la billetera, y sin mayor preámbulo, se lo entregué.

“—¡Está hermoso! ¡Gracias mi amor!”, me dijo. Y parecía que realmente le había gustado. Me abrazó, me dio un beso en la mejilla, y luego otro en la boca. “—Espero ya no verte con esa bolsita de plástico, cargando tus monedas”, le dije, ya un poco más tranquilo y sonriendo. Ella me sonrió también, sacó de su bolsillo algo, y me lo puso en la mano. “—Toma, aquí está tu regalo”. Era un paquetito de láminas de enjuague bucal.

~ * ~

Fue una confusión de pensamientos: risa, cólera, alegría, extrañeza, cansancio… que mezclados dieron igual a nada. Solo atiné a reírme. “—A veces te huele un poco mal el aliento. Vi las láminas en el super mercado, y pensé que podrían servirte”.

Seguía sonriendo, sin saber por qué. Fui por mi cámara fotográfica, y le tomé una foto sosteniendo el paquetito. Y seguía sonriendo. Olvidé como se hablaba. Sólo sonreía.

“—Yo sabía que se te había olvidado comprar mi regalo. Lo he sabido desde siempre: eres un despistado. Y acepté ese pequeño detalle tuyo desde mucho antes de estar parados en el altar. Esas cositas son parte de ti. Y a ti te amo por completo. Quizás fui un poco cruel, te ofrezco mis disculpas, tontito. Y la billetera está divina.”

Yo seguía sonriendo. De pronto, recordé cuánto la amaba. Incluso con estas cosas medio raras que a veces me hace, y que me sacan de mis casillas. Ella tiene razón: esas cositas son parte de ella. Y a ella, yo la amo por completo.

Fue un beso apasionado en una cálida noche de navidad, al son de las campanas, los saludos, los niños, la felicidad. El grito fuerte de algún vecino loco nos hizo regresar a la realidad. Entonces nos quedamos viéndonos a los ojos. De la mano, salimos a la calle a vivir un poco la Navidad con nuestros vecinos.

Desde ese día, gasto muchos más cepillos dentales. Y siempre hay un paquete de láminas de enjuague bucal en mis bolsillos.