La vida es una mezcla bizarra de incertidumbres y respuestas.
Somos pocos los que hemos decidido vivirla explorando el por qué de cada pequeño detalle, hasta quizás caer en la arrogancia de pensar que lo sabemos todo.
Nadie lo sabrá todo. Pero intentaré hacerlo.
Dicen que “la ignorancia es dicha”. En una forma limitante y mediocre, es cierto. Te permite sentir más, ilusionarte más, dejarte llevar… Es hasta relajante. Pero no entender las cosas es una arma de doble filo: te puede obligarte a actuar por miedo, y sucumbir ante el pánico.
Hasta cierto punto, he sido maldecido con el “por qué” del conocimiento. E intento llevarlo a cada instante de mi vida. Eso me ha hecho ganar muchos enemigos, incluso en las personas que no deberían serlo. He sido bendecido con el “por qué”, y me permite satisfacer una de mis pasiones más grandes: Mi sed de conocimientos, quiero conocerlo todo.
Esa actitud me ha dejado solo. Casi siempre solo. Pocos amigos, casi ningun compañero de trabajo. Solo. Lo acepto, por que sé que me llevará a conocer La Verdad (con mayúsculas) de la mayor cantidad de cosas, y en el ínterin conoceré personas que compartan mis pasiones. Espero, ciertamente, no equivocarme.
Pero es triste pensar que aunque el sol ilumine las esperanzas de muchos por la mañana, y colme de fe ciega al creyente ferviente, yo siempre veré únicamente una estrella que emana rayos de vida, que sólo es una roca brillante como las miles de este universo, y que no hay diferencia entre un día y otro, excepto que me queda unas horas menos de existencia en este planeta.
Es la vida que opté llevar, y no quiero cambiar. Tendré que soportar todos los días al amanecer, con pasión y vehemencia, la melancolía al despertar.